En Terapia individual

La atención plena y la aceptación de la experiencia presente puede ayudarnos a hacer frente al dolor físico. ¿Alguna vez habéis escuchado las agujas del reloj en una noche de insomnio y habéis tenido la sensación de que cuanto menos querías escuchar el paso del tiempo, más fuerte se volvía el sonido?

Es lo que ocurre cuando quieres dejar de sentir algo, centras toda tu atención en el fenómeno que intentas evitar y paradójicamente éste se vuelve más presente. Con el dolor pasa algo parecido, cuanto más nos esforzamos en eliminarlo, en no sentirlo, más nos centramos en él y más intensa se vuelve la experiencia.

Nos encontramos 2 obstáculos importantes a la hora de aceptar el dolor:

  • El temor a que no remita. La preocupación, la angustia, la ansiedad y el miedo que genera esta idea hace que tensemos los músculos experimentando más dolor todavía. Con la práctica de la atención plena, al llevar la atención a las sensaciones dolorosas en el presente, la angustia, orientada al futuro, se reduce. También constatamos el hecho de que todo cambia, de forma que cuando experimentemos dolor, la realidad del constante cambio resulta un alivio.

 

  • Y el efecto que el dolor produce en nuestras vidas. Las personas con dolor se sienten molestas y frustradas por verse limitadas en sus actividades por el dolor. Si constatamos que es posible vivir una vida plena a pesar de sentir dolor, sentiremos menos miedo e ira por ello y, por lo tanto sufriremos menos.  A veces no es el dolor en sí lo que limita nuestras actividades, a veces es la urgencia por  obtener alivio lo que hace que abandonemos las actividades que estamos llevando a cabo. La práctica de la atención plena,  nos puede ayudar a observar esa urgencia y a separar el dolor de los sentimientos de desesperación. Vemos como la urgencia de dejar lo que hacemos es distinta de las sensaciones dolorosas, y al observarla como lo que es, al quedarnos con ella sin intentar evitarla, aprendemos a tolerarla.

 

La práctica de la atención plena nos ayuda a diferenciar lo que podemos controlar de lo que no podemos controlar. No podemos controlar cuándo va a aparecer el dolor, ni sus síntomas, pero sí podemos controlar nuestra conducta. Podemos elegir prestar atención al presente, podemos elegir movernos con normalidad y podemos elegir continuar con nuestra vida.