Las separaciones son todas conflictivas, o sino todas, yo creo que al menos el 90%. Si bien es cierto que hay un reducido número de parejas, que deciden, a la vez, que es mejor no seguir juntas, este no sería un hecho habitual. Y recordemos que mutuo acuerdo no es lo mismo que ambos quieran lo mismo.
Las personas somos todas diferentes, nuestro sistema cognitivo y la evolución personal es individual. Por eso no llegamos a las mismas conclusiones siempre, ni menos en el mismo momento temporal. Es por ello que en la mayoría de las separaciones uno quiere separarse y el otro no, al menos de entrada. Uno toma la decisión y el otro la acata de más o menos buen grado. Mi experiencia en terapia de pareja me ha enseñado que la percepción de lo que no toma la decisión suele ser: «él o ella gana, yo pierdo». Pierdo porque la decisión no la he tomado yo, porque el otro tendrá lo que quiere y yo no.
Ante este hecho, doloroso se produce un conflicto, aunque sólo sea interno. Que el conflicto externalice más o menos ya depende de la personalidad de cada uno, de los recursos propios y también, porque no, del entorno.
Hay quien, con un cierto tiempo reconoce que a pesar de que no fue su decisión probablemente era la mejor. Hay quien no lo reconocerá, porque, legítimamente, piensa que la separación fue un error.
Lo más importante aquí, sin embargo, es que después de la separación uno luche por su felicidad. Para poder centrarnos en eso nos tenemos que quitar de encima las emociones de ira, rabia, rencor, que suelen aparecer cuando la decisión no ha sido propia, sino impuesta. Desde mi punto de vista la mejor manera de lograr esto es deshacernos del «él / ella gana, yo pierdo». Y no hay que engañarnos pensando otra cosa cuando uno siente de verdad que ha perdido, pero si sirve desafiar este pensamiento. Para ello hay que aceptar, y esto es decirse: «He perdido, Y que? Así es la vida, a veces ganamos, otras perdemos». Esto nos pasa a todos y no mata a nadie. Es como abrir la mano y soltar.