Que te gusten tus imperfecciones es lo más liberador
Virginia Woolf
Esforzarse y querer hacer las cosas bien es una actitud positiva y saludable. Sin embargo, pretender hacer las cosas de forma perfecta es una auto-exigencia que nos mete en la trampa del perfeccionismo.
- Cuando haces un trabajo, ¿lo haces y lo rehaces continuamente? ¿Le dedicas demasiado tiempo?
- ¿Mides tu valor en función de tus logros?
- ¿Nunca tienes suficiente información cuando tienes que tomar una decisión?
- ¿Te preocupas en exceso de lo que los demás piensan de ti?
Si has contestado sí a alguna de estas preguntas, posiblemente has caído en la trampa de perfeccionismo. Generalmente pocos perfeccionistas reconocen que lo son, han interiorizado la creencia de que siempre hay una solución perfecta para todo, y el saberse imperfectos en sus actuaciones no les permite identificarse con dicho calificativo. Sin embargo la realidad es que la perfección es una ilusión: no existe una única y perfecta solución para todo, y pretender encontrarla es, por definición, una tarea imposible.
Insatisfacción crónica
La persona perfeccionista por mucho tiempo y esfuerzo que dedique a hacer las cosas bien siempre se queda con la sensación de que podría haberlas hecho mejor. Y a la insatisfacción resultante de no hacer las cosas “perfectas”, se añade la frustración que resulta de la cantidad de tiempo y esfuerzo dedicado. De forma que además de no obtener el resultado deseado, la persona perfeccionista siente que no sabe gestionar su tiempo de forma eficiente.
La parálisis de la decisión
La trampa del perfeccionismo también les atrapa a la hora de tomar decisiones. Es lo que se conoce la parálisis por análisis. Si tomar una buena decisión ya suele ser difícil, imaginad si además la decisión ha de ser “la decisión”, la perfecta, la mejor, la única. Nunca tendremos suficientes datos, dedicaremos mucho tiempo a analizar la situación, a hacer listas interminables de pros y contras, y aun así seremos incapaces de tomar una decisión, nos paralizamos y vamos postergando todas las decisiones importantes a la espera de tenerlo todo más claro.
La incapacidad de delegar
Para las personas perfeccionistas, delegar es casi una misión imposible. Si ya les cuesta fiarse de sí mismos, imaginad lo que debe ser fiarse de los demás, imposible. Para asegurarse de que el resultado sea perfecto sienten la necesidad de controlar todo el proceso, no pueden dejar cabos sueltos y mucho menos en manos de personas que no están tan entregadas como ellas a la causa. No sólo son autoexigentes, aplican el mismo grado de exigencia a todo el que les rodea. Si por alguna razón se ven obligados a delegar, lo hacen con reticencia, supervisando constantemente a los demás, con la esperanza de que todo salga como ellos quieren.
Salir de la trampa
La Terapia Racional Emotiva Conductual (TREC) nos puede ayudar a tomar conciencia de las creencias que hemos interiorizado a lo largo de nuestra vida. Nos ayuda a cuestionarlas y reformularlas en función de lo que queramos para nuestra vida. A través de la terapia podemos aprender a aceptar nuestra humanidad, aceptar que somos personas con fortalezas y también con debilidades. Aceptar que no podemos ser perfectos es crucial para una vida más sana y compasiva con nosotros mismos.
Laura Sánchez
col num 21.209