¿Cuántas veces hemos dicho o escuchado: «La adolescencia, qué edad más difícil»? Seguro que muchas. Es por alguna razón. Pero aunque sea difícil sólo necesitamos tener en cuenta algunos aspectos para que esta crisis no nos amargue la vida a nosotros y a nuestros hijos/as.
Aprendizajes por ensayo-error.
Olvídate de ser su referencia. Ahora tu hija/o está construyendo su identidad y «no te necesita». La referencia son sus iguales. Déjale que experimente con este aspecto. Déjalo/a que tome decisiones y que se equivoque. Y procura no decirle qué debe hacer, cómo debe ser y qué debe pensar. Te escuchará 10 segundos. Ahora más que nunca sus aprendizajes son por ensayo-error. Si le dices lo que debe hacer e intentas pensar por ella/él, estás perdido/a. Debes estar ahí para cuando tenga dudas y pregunte por tu opinión (especial atención en la palabra «opinión» y lo que significa) y para cuando se equivoque animarle a levantarse y seguir aprendiendo.
Validar y entender los sentimientos.
Valida y esfuérzate por entender sus sentimientos. Si censuras, obvias o ridiculizas sus sentimientos… tienes poco que hacer. ESCUCHA los sentimientos que hay detrás de cada situación conflictiva o no conflictiva con tu hija/o adolescente y actúa y habla en consecuencia. Es un paso previo muy importante para abrir un espacio de conversación útil. De lo contrario, se te volverá en contra, no te escuchará y habrás perdido la batalla antes de empezar. ¿Qué significa validar? Fácil. Reconocer, ponerle nombre, aceptar cómo se siente, hablar con comprensión y demostrar que te sabe mal este sentimiento (ya sea frustración, enfado, confusión, tristeza, etc.).
Aprende a expresar tú también los sentimientos.
Aprende a transmitir tú también cómo te sientes ante algunos de sus comportamientos. Si tú has aprendido a escucharle, es más probable que seas escuchada y consigas algunos objetivos por esta vía.
Actitudes que no ayudan.
Hay actitudes parentales que NUNCA ayudan. Te expongo algunos ejemplos: hacerle sentir culpable cuando se equivoca, ofenderle por una equivocación, sermonear, hacer comparaciones con otros adolescentes o amenazar de manera desproporcionada. A veces, basta con darte espacio para pensar antes de hablar y hacer un ejercicio de imaginar que estás en su piel. No des por hecho que sólo quiere desafiarte, molestar o escaquearse por el morro. Lo más probable es que sea más complicado que eso y tenemos que intentar empatizar para una mejor comprensión y solución de la situación.
Límites: pocos y firmes.
Pon límites teniendo en cuenta dos aspectos: POCOS y FIRMES. Hay algo que con los adolescentes es catastrófico: estar todo el día encima recordando y reprochando lo que no hacen o lo que hacen mal sin imponer con firmeza ningún límite. Uno de estos límites que nunca puede faltar es el respeto. Un límite no se pone sermoneando ni amenazando. Se explica el porqué de este límite, damos ejemplo y advertimos de la consecuencia (que debe ser proporcional) que se impondrá cuando se sobrepase.
Aprende a negociar.
Plantea el problema que esté sobre la mesa. Definirlo juntos/as. Plantead entre todos/as posibles soluciones y expresad juntos lo que os gusta o no de cada posible solución. Hacer un esfuerzo por llegar a un consenso. Fundamental en esta situación aprender a expresar sentimientos propios y escuchar y validar los suyos. Si llegáis a un consenso y posteriormente no se cumple no tiramos de la inercia que nos lleva a sermonear, amenazar, etc. Iniciamos una conversación en que se describa la nueva situación e intentamos averiguar (escuchar!!) por qué no se está cumpliendo.
Si los problemas en casa con tu hijo/a no se consiguen reconducir con estos tips, quizás es hora de que te asesore con más detalle un profesional. No lo dudes, una ayuda a tiempo te ahorrará que los problemas se cronifiquen más y se hagan más grandes.
Patricia Vilchez, psicóloga sanitaria infanto-juvenil (21639).