En Terapia individual

Durante estos días de confinamiento, nos han pasado muchas cosas, y probablemente muy diferentes. Como oía decir ayer a una periodista, cada familia es un ecosistema, yo añadiría, y cada individuo un mundo.

Hay a los que les ha ido muy bien, manifiestan haber aprendido y sentirse personalmente satisfechos. Están los que, ni bien, ni mal, lo han pasado como han podido con una resistencia estoica. Pero, también hay, no nos olvidemos, quien manifiesta haberlo pasado realmente mal, quizás por varios motivos, pero por lo que he escuchado, todos muy relacionados con la soledad.

La soledad y la desaceleración del ritmo vital, provocado por el encierro, nos ha llevado, voluntaria o involuntariamente a encontrarnos con nosotros. Y cuando uno se ve a sí mismo, en diferentes momentos, en contacto con el miedo, con el aburrimiento, con el enfado, puede observar diferentes reacciones, como respuesta a estas emociones. Y estas conductas-reacciones, han visto limitadas su abanico habitual, precisamente por el confinamiento. No se han podido dar respuestas habituales como, estoy nervioso pues voy a correr, estoy enfadado salgo a tomar algo y charlar con un amigo, etc. Hemos tenido que improvisar y lidiar con todo lo que nos iba pasando por dentro.

La gestión emocional, de golpe, se hacía difícil, pues, como decía, nos hemos visto desprovistos de la posibilidad de dar respuestas conocidas. Pero al mismo tiempo este hecho ha abierto la posibilidad de buscar alternativas. En la medida en que las alternativas han sido más o menos acertadas, el individuo desarrolla o bien un sentimiento de autosuficiencia y confianza en sí mismo, o bien, todo lo contrario.

Pienso que es este último caso lo que provoca que muchas personas salgan del confinamiento, frustrados, con más inseguridad y menos autoconfianza. Probablemente sin darse cuenta han pisado el concepto de aceptación incondicional tan importante para sentirnos bien, para aprender de los errores, para mejorar, para crecer prosperando.

La historia, la literatura y la mitología está llena de ejemplos de personajes torturados, enloquecidos, llenos de dramatismo, sufrimiento y dolor. Y todos tienen en común una gran falta de aceptación incondicional. Me viene a la mente la indecisión de Hamlet, los desequilibrios de Cassandra, o los cuadros depresivos de Kurt Cobain. Falta de aceptación, autorechazo, tendencias destructivas. Como antídoto, aquella famosa oración atribuida al teólogo y filósofo Niebuhr: «Señor deme serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar ….».

Está claro que cuando la soledad obliga a mirarnos, observamos rasgos que nos gustan más, y otros que menos. Lo que me guste menos de mí, puedo trabajar para cambiarlo o mejorarlo. Hay que seguir luchando. Ahora bien, no podemos saber si el cambio que queremos conseguir llegará o no, lo que si sabemos seguro, es que si hay cambio o será con aceptación, o no será.

En resumen, lo que quiero decir es, que todo lo que menos me gusta de mí mismo: reacciones, rasgos de personalidad, miedos, emociones incómodas, conductas poco adaptativas, etc, puedo intentar cambiarlo, pero desde la aceptación, y todo aquello que no pueda modificar también tendré que aprender a aceptarlo, porque al fin y al cabo, me acompañará igualmente toda la vida. Me acepto, me acepto, me acepto, es un abrazo.

 

Marta Santaeulària
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