Ansiedad, miedo, preocupación, inquietud son términos que utilizamos para describir un estado corporal y mental parecido. Usamos la palabra miedo para los peligros reales, presentes e inmediatos, mientras que para los peligros imaginados, anticipados o sin causa precisa usamos los términos preocupación o ansiedad. Por eso decimos que la ansiedad es anticipatoria o que es la emoción del miedo al futuro.
Cuando prestamos atención a nuestros pensamientos, una de las primeras cosas que descubrimos es que nos pasamos una gran parte del tiempo planificando el futuro. Somos planificadores. Poder imaginar el futuro, poder predecir determinados hechos o dificultades y actuar en consecuencia es adaptativo, una ventaja evolutiva que nos mantiene con vida, pero también es la fuente de muchas de nuestras perturbaciones presentes. La ansiedad provoca miedos, inhibiciones, interfiere en todo lo que hacemos y por ello muchas veces nos complica la vida.
Cuando pensamos sobre el futuro, a menudo suele ser para imaginar todo aquello que podría pasar o salir mal, porque pensar en ello nos da la sensación de estar haciendo algo de forma activa, nos da cierta sensación de control sobre el futuro. Pero la realidad es que no sabemos cómo se manifestarán los problemas futuros ni en qué condiciones, no sabemos con qué recursos contaremos, y pensar en ello se convierte en una tarea improductiva. Enredarnos en todos esos pensamientos de preocupación nos aleja de lo que está pasando en el momento presente y nos amarga la vida incluso cuando las cosas nos van bien.
En el otro lado, están las personas que piensan que deben mantener siempre una actitud positiva ante la vida, y que cuando aparece la “preocupación” o la “ansiedad” hay que deshacerse de ella rápidamente. El problema en este caso es que no todos los temores son injustificados o poco realistas, y por ello la mera evitación no es la mejor manera de resolver la situación. De modo que no podemos dejarnos arrastrar por la preocupación sin fin sobre el futuro pero tampoco deberíamos ignorarla sin más.
Y entonces, ¿qué hacemos con la ansiedad?
La práctica de la plena conciencia, en cambio, puede ayudarnos a cambiar nuestra visión de nosotros mismos y nuestras expectativas sobre la vida, haciéndolas más acordes a la realidad. Cuando practicamos mindfulness, vemos la rapidez con la que cambian nuestros pensamientos, sentimientos y sensaciones, vemos que no es posible mantener siempre los estados placenteros, que estamos en constante cambio. Reconocer esto puede ayudarnos a sentirnos más cómodos con la inevitabilidad de la enfermedad, la pérdida, el cambio, la incertidumbre…, la práctica de la plena conciencia nos ayuda a convivir con todo ello.
Todos nos sentimos ansiosos ante la proximidad de una exposición oral en público, incluidos los profesionales que se dedican a ello, pero si evitamos siempre el hablar en público para no pasarlo mal, seguramente estemos perdiendo muchas oportunidades, estaremos limitando nuestras vidas. Por ello si aprendemos a convivir con nuestros pensamientos y nuestras sensaciones de ansiedad, nos podremos permitir actuar como queremos nosotros y no como nos dictan nuestras emociones.