En Terapia individual

Me gusta definir nuestra zona de confort como un entorno seguro. Un lugar metafórico donde nos movemos habitualmente, con nuestros comportamientos, actividades constantes, habilidades… un lugar donde estamos cómodos porque nos es familiar. Se trata pues, de un estado mental en el cual no existe riesgo, ni ansiedad, ni estrés. Conocemos como debemos encajar nuestro comportamiento en dicha zona porque la dominamos.

Sin embargo, nuestro estado de comodidad mental nos crea alguna que otra desventaja. Es tan constantemente rutinario que hasta nos resulta trágicamente simple e insatisfactorio. No hay aprendizajes nuevos y el rendimiento resulta invariable.

La mayoría de las veces nos quedamos en nuestra zona de confort porque salir de ella nos conllevaría todo un proceso de adaptación desconocido.

Imaginemos que nos mantenemos en un puesto de trabajo que no nos satisface. Lo conocemos, sabemos como tenemos que trabajar durante esas x horas y lo hacemos bien. Buscar otro nuevo nos crearía incertidumbre, miedo… tendríamos que enfrentarnos a dejarlo, buscar otro, perder un sueldo… Preferimos quedarnos en nuestro puesto de trabajo antes que arriesgarnos, a veces por miedo, otras por costumbre, pereza… pero aquello que nos hace sentir cómodos también nos puede dejar apáticos.

O cuando escogemos aquel camino para llegar a un sitio concreto en el que siempre hay tráfico, pero elegir uno nuevo nos crearía inseguridad al no conocerlo tan bien…

Quizá, el ejemplo que provoca más controversia lo seguimos encontrando en las relaciones de pareja. Dos personas que ya no están enamorados sino estancados pero se sienten cómodos y seguros. Conocen los hábitos y conductas del otro. Conocen cuando van a llegar las peleas y que se dirán ambos cuando ese momento llegue. Separarse sería todo un mundo; comenzar desde cero, retomar contacto con viejos amigos, conocer a otra persona nueva… Un pensamiento totalmente inconsciente pero que esta ahí haciendo que nos preguntemos: ¿y si no encontramos a nadie más?

Esfuerzo, independencia, confianza… términos que conocemos muy bien pero que nos cuesta aplicar. En estos casos es muy importante conocer los beneficios que nos puede aportar salir de nuestra zona de confort. Empujar nuestros límites nos hace ser más productivos, tener más objetivos y atrevernos a llegar a ellos. También nos ayudará a manejar imprevistos ya que la vida conlleva cambios inevitables y estar preparado/a para ello puede suponer la diferencia entre el éxito y el fracaso.

Por último, salir de la zona de confort nos ayudará a ser más creativos y nos otorgará más habilidades y experiencias. Cada vez será más fácil arriesgar y sentirnos realizados, así como conseguir apartar ese sentimiento de vacío y rutina.

Tú decides. ¿Te atreves?

 

 

 

Miriam Puig Claramunt

Psicòloga General Sanitaria

Colegiada 23417