Durante toda la vida estamos en constante aprendizaje. Cada día podemos, si queremos y nos dejan, aprender cosas nuevas. Durante la edad adulta tendremos mayor capacidad de aprendizaje y de cambio si en la infancia se ha permitido que aprendamos a nuestro ritmo, sin presiones, sin sobreprotección, sin traumas, con naturalidad.
Los niños aprenden desde sus primeros años de vida. Lo hacen porque su cerebro se va desarrollando y van adquiriendo capacidades nuevas que les conducirán a habilidades nuevas. Su curiosidad y afán de exploración innatos serán el motor para ello. Los adultos jugaremos el papel de estar a su lado, tender la mano y darles ejemplo y confianza.
Habrá que tener algunas cosas en cuenta para lograr hacer este papel lo mejor posible.
REFUERZO POSITIVO
Reforcemos cada intento y cada logro que consigan nuestros hijos por pequeño que sea. Así verán que valoramos lo que hacen y estarán motivados para los siguientes pasos. El refuerzo es, para entendernos, un premio. Lo mejor es que el refuerzo sea verbal o social. Palabras de alabanza, de ánimo, de orgullo, besos, abrazos, etc. También es un refuerzo que contemos, delante de él/ella, a los demás (familiares, amigos…) lo bien que han hecho algo o lo que han logrado. El refuerzo material también es correcto pero conviene no abusar de él. El objetivo es que ese refuerzo que en la infancia damos nosotros se acabe interiorizando y se convierta, con el tiempo, en autorrefuerzo. De esa manera, con cada aprendizaje, obtendrá satisfacción personal sin necesidad de que le refuerce nadie externamente.
DAR EJEMPLO
Si queremos transmitirles una enseñanza o un valor la mejor lección será el ejemplo. Cuanto más pequeños más querrán imitarnos y será la mejor manera de que adquieran un comportamiento deseado. Si queremos que nuestro hijo no se distraiga con la consola durante las comidas, no estemos nosotros distraídos con el móvil. Si queremos que sea respetuoso, no faltemos nosotros el respeto. Si queremos que no nos mienta, procuremos no mentirle. Parece que los niños pequeños son tan pequeños que se enteran de poco, pero nada más lejos de la realidad, son grandes observadores y absorben mucha información del entorno y, de manera más o menos consciente, sacan conclusiones.
POTENCIAR SUS INTERESES
No quitemos importancia a sus gustos. Todo aquello que le interese será un foco de nuevos aprendizajes. Si le apasionan los dibujos de superhéroes seguro que estará más motivado para aprender a leer sólo por poder leer los cómics de sus superhéroes preferidos. Si le encanta bailar, animémosle a ello apuntándole a clases y diciéndole cuánto nos gusta verle bailar. Si los potenciamos quién sabe si conseguirán con el tiempo desarrollar un talento. No decidamos nosotros si sus aficiones son una pérdida de tiempo o no. Eso debe estar en su mano.
LA TOMA DE DECISIONES
Permitamos con el tiempo que nuestros hijos vayan tomando pequeñas decisiones y procuremos reforzarlas. Con los años las decisiones habrán de ser cada vez mayores y más importantes y nuestro rol será aconsejar y estar al lado si se equivocan pero nunca decidir por ellos para evitar que se equivoquen. Porque en la vida adulta tomamos constantes decisiones y muchas veces podemos equivocarnos y mejor será que estemos preparados psicológicamente para ello. Podemos comenzar dejándole decidir cómo vestir para ir a la escuela (habrá que morderse la lengua si creemos que se ha vestido con muy mal gusto pero, a fin de cuentas, ¿qué importancia tiene? Dejemos que se equivoque y a ver qué pasa.), también darle un par o tres de opciones para el postre, o dejarle que opine sobre dónde ir el fin de semana.
PROTECCIÓN NO EXCESIVA
Una manera de sobreprotección es la comentada en el apartado anterior, proteger de las malas decisiones. Pero hay muchas otras maneras de sobreprotección. Por ejemplo: responsabilizarnos nosotros de los que debería responsabilizarse nuestro hijo. En nada lo ayudamos si lo duchamos nosotros cuando él podría ser perfectamente capaz de hacerlo si se lo permitiéramos. De nada sirve que le preparemos nosotros la mochila porque el día que tenga que hacerlo solo no querrá y no lo sabrá hacer y las consecuencias serán peores que si le hubiéramos permitido aprenderlo cuando tocaba.
LAS COMPARACIONES SON ODIOSAS
No es positivo que el niño vea que le comparamos constantemente con los hermanos, los primos, los compañeros de clase, los hijos del vecino… Ni para decir que son mejores ni mucho menos para decir que son peores. Cada niño es especial, tiene su personalidad, sus ritmos, sus gustos, etc. Compararles les creará una necesidad de competitividad excesiva que sin duda será fuente de ansiedad en el futuro. Además de verse minada su autoestima. Debemos valorarlos y transmitirles esa valoración independientemente de si tienen más o menos logros que el niño del vecino o que el hermano o que el primo.
EXIGENCIA JUSTA
Claro que tendremos que ser en algún momento exigentes con nuestros hijos. No nos conformaremos si a final de curso vienen con todo suspendido y no nos conformaremos con que nos diga que no va a barrer en casa porque no sabe. Tendremos que exigirle más esfuerzo para sacar las notas adelante y tendremos que exigirle que coja la escoba y aprenda porque debe responsabilizarse también de las tareas domésticas.
Pero cuidado con la exigencia excesiva. Si exigimos más de lo que nuestro hijo puede dar, dañaremos su autoestima y le haremos sentir que no vale, que no sirve. Si nuestro hijo saca todo notables y en vez de felicitarlo le transmitimos que no estamos conformes y que esperábamos sobresalientes nuestro hijo creerá que es mal estudiante y que para sentirse valorado por nosotros tiene que ser mucho mejor. Pero… puede ser mucho mejor? Seguramente sí pero este no será el camino para que lo sea. El camino es el de felicitarle y motivarle para que quiera ser mejor por decisión propia y no para sentirse valorado.
EL RITMO
¿Nos preocupa que nuestro hijo esté tardando en adquirir un aprendizaje? No cunda el pánico. Cada niño tiene sus ritmos y seguramente nos estemos preocupando más de la cuenta y lo único que pasa es que necesita un poco más de paciencia. Podemos animarle a intentarlo, ayudarlo si se equivoca, reforzarlo si se acerca a lograrlo y felicitarlo cuando lo consiga. No le ayudaremos si le presionamos, si nos enfadamos porque no lo logra, si le comparamos con los demás y si le exigimos un ritmo que no es el suyo y no puede asumir. De nuevo estaremos potenciando una mala autoestima, desconfianza en sí mismo y desmotivación para aprender cosas nuevas.
En conclusión, dejemos a nuestros hijos avanzar a su ritmo, yendo nosotros un paso por detrás por si nos necesitan, para sentirse seguros y confiados. Y estemos ahí siempre para felicitar cada paso adelante.
Patricia Vilchez Las Heras
Psicóloga infanto-juvenil, col. 21639