En familia, Terapia individual, valores

Sentir celos es natural, forma parte del hecho de ser humanos. Cuando estamos celosos sentimos una mezcla de rabia, desconfianza, ansiedad y miedo. Suena mal, ¿verdad? Y es que realmente es una de las emociones más incómodas y desagradables que existen, cuando uno está celoso lo pasa realmente mal.

A veces confundimos envidiar con estar celoso, pero no es lo mismo. Envidiamos “algo” que otra persona posee, en cambio sentimos “celos” cuando tememos perder algo que nosotros creemos que poseemos. Y uno de los celos más comunes y más dolorosos, son los que aparecen como consecuencia del miedo a la pérdida de un vínculo. Somos animales sociales y la formación de vínculos seguros son necesarios para nuestro equilibrio y la salud mental, por ello la posibilidad de la pérdida de un vínculo hace saltar las alarmas.

Pensemos en los niños pequeños cuando aparece un bebé nuevo en la familia: de repente su mundo se tambalea, aquel vínculo especial que sólo él tenía con sus padres y en especial con la madre, deja de ser exclusivo, y teme perderlo. Cuanto más inmaduro es un niño menos capacitado está para entender la nueva situación. Los niños son muy egocéntricos y entienden los vínculos afectivos de forma exclusiva, son posesivos, todo es suyo, y al igual que sus juguetes, su mamá es suya y de nadie más. Por ello con la llegada de un nuevo miembro a la familia son los que más sufren, son los que están menos preparados para afrontar el cambio.

¿Y cómo evitamos los celos?

Lo siento, son inevitables. Como ya he comentado, los celos son naturales y lo normal es que aparezcan. En el caso de los niños, el adulto debe ayudar al niño a convivir con la nueva emoción y a afrontarla lo mejor posible. Poco a poco el niño comprenderá que es posible establecer vínculos fuertes y seguros con las personas sin necesidad de que estos sean exclusivos. Un aprendizaje que le servirá para establecer vínculos saludables el resto de su vida.

En primer lugar, tenemos que reconocer que el niño está pasándolo mal y validar esa emoción. Lo peor que podemos hacer con un niño celoso es negarle la emoción, no permitir que la exprese o culparle por sentir algo que es natural. Los niños deben sentirse libres de expresar lo que sienten en todo momento, porque si les reprendemos por estar celosos o nos mostramos disgustados con ellos, les enseñamos que hay emociones que no se pueden sentir y mucho menos mostrar, les enseñamos a reprimirse. Y cuando una emoción se reprime, se transforma y surge cuando menos la esperas aumentada y descontrolada. Podemos encontrarnos con que el niño, en vez de mostrar rabia o disgusto con el hermano o los padres, lo hace con los compañeros del colegio o la maestra. Y en vez de un problema tenemos dos. Un niño celoso, es un niño que está sufriendo y eso hay que entenderlo y decirle a él que lo entendemos, que no somos ajenos a su sufrimiento, que nos duele que lo esté pasando mal.

Reprimir la emoción de los celos no ayuda al niño a afrontarlos, no le enseña a vivir con ellos de forma saludable, al contrario deja una huella de inseguridad en los vínculos, que hará que los celos irracionales formen parte de cualquier relación afectiva que entable, ya sea con amigos o parejas en un futuro.

Los celos infantiles son tolerados porque todo el mundo entiende que son seres inmaduros, pero cuando llegamos a la adultez y esos mismos celos infantiles afloran en una relación sentimental ya no tienen cabida, nos vuelven intolerantes, posesivos, dependientes y desconfiados. Los celos irracionales en las relaciones de pareja generan dolor en ambas partes y en muchas ocasiones son el origen de la ruptura.

Cuando sintamos celos, de una manera irracional, paremos el torrente de pensamientos que nos asaltan sobre el otro y volvamos la mirada hacia nosotros mismos, qué parte de nosotros se siente amenazada. Pensemos en cómo afrontamos nuestros celos infantiles.