En Terapia individual

«Soy joven, guapo, tengo dos carreras, muchos amigos, trabajo y estoy acabando un máster, estoy bien… Pero hace años que me siento vacío, y no soy feliz». Y era cierto. Todo era cierto.
A este paciente, le diremos Lluc. Apareció por la consulta hace casi un año. Quería que lo ayudara a superar un luto por una ruptura de pareja. Su demanda no fue paso difícil, era una pareja de cuatro meses, un enamorament relámpago que había sido tan intenso, como corto y superfluo, y lo pudo superar en dos meses más. Después de estos cuatro meses de deslumbramiento y dos más para poder cerrarlo y recuperar la visión, en Lluc se volvió a encontrar con el vacío, quizás más profundo, probablemente más doloroso. La relación, en sí misma, había sido un intento inconsciente y desesperado de llenar este vacío, una excusa para evitar mirar aquello que no sabemos de donde viene, ni porque es allá, ni cuando muy bien apareció. El miedo a afrontar.

De un tiempo acá, la historia de en Lluc se ha repetido, con diferentes personalidades e historias vitales, pero con suficientes disparos comunes, y, sobre todo, con suficiente frecuencia porque me llamara la atención. El perfil sería el siguiente: persona joven, de entre 20 y 30 años, normalmente con estudios, trabajando o acabando la Universidad, con amigos, familia y aficiones, aparentemente funcionando dentro de sus vidas, pero como una pieza de engranaje sin alma, sin ilusión, y con una terrible y creciente desmotivación.

Quizás la edad te da perspectiva, y a mí, sinceramente, ver personas, tan jóvenes, con tantas posibilidades y a la vez con tanto sufrimiento me ponía, y me pone, la piel de gallina. «Me sería igual no estar aquí», «Me es igual el que me pase», «A veces pienso que estaría mejor no viviendo», «no acabo de disfrutar con nada», «me es fuerza igual todo» este tipo de afirmaciones podrían hacernos pensar en un primer momento que la persona sufría una depresión. Pero no, no era así.

Si repasamos el DSM, todos podrían cumplir el primer criterio, es decir, pérdida de interés o capacidad por el placer, ya sería más difícil que cumplieran 5 de los siguientes criterios que se requieren para hacer el diagnóstico de depresión Mayor. Es más, de los 9 que se presentan sólo podríamos contabilizar tres, que serien: disminución acusada del interés, fatiga o pérdida de energía, pensamientos recurrentes de muerto, y este último, no en todos los casos. El que ya sería imposible de encajar sería el último criterio, es decir, este síntomas quizás provocaban un malestar clínicamente significativo, pero en ningún caso, no se observaba en absoluto, un deterioro, ni social, ni laboral, ni en otros áreas de la actividad de la persona. Todos ellos seguían con su vida, haciendo las cosas de siempre, tenían basta fortaleza para no dejarse caer, y tan poco acierto como para no estarlo consiguiendo. Vivían más para evitar un fracaso que para conseguir el éxito que es sentirse lleno y satisfecho con el que somos y el que hagamos, o esto me parecía en mí. Por sorpresivo que parezca, junto con las afirmaciones que he comentado más arriba, que expresan claramente poco interés por la vida, convivían afirmaciones del tipo: «estoy bien», «tengo amigos», «me gusta el trabajo» «me lo paso bien mirando series». Del mismo modo, las conductas no eran las propias de alguien con depresión, es decir, salían con amigos, realizaban actividades lúdicas, y mostraban sentido del humor -en unos casos más que en otros-. En todos estos pacientes, el motivo de consulta no había sido su estado anímico, esto era algo que salía de forma secundaria, venían «por el trabajo», «por la xicota», «por los estudios»…. De hecho no había autoconsciència de alteración anímica, todos verbalitzaven que estaban bien, pero que no veían sentido a nada, que tanto era estar vivo o no, parece muy contradictorio, pero así era. No es que tuvieran deseo de morir, es que había una cierta indiferencia hacia la vida.

A mí algo no me cuadraba, porque después de años trabajando a la consulta con pacientes, los diagnósticos se hacen relativamente deprisa, a menudo, sin muchos tests ni consultas a manuales. Pero esta oleada de pacientes, con características similares entre ellos, no los podía diagnosticar con depresión, a pesar de que, evidentemente no eran felices ni tenían ningún tipo de motivación. Los pacientes con depresión se detectan casi con un vistazo, su cuerpo habla, el andar capbaix de la sala de espera hacia la consulta, el gesto, la postura un golpe sentados, la mirada, y si con esto no hay bastante, con todo el que te verbalitzen, sí. Estuve buscando por internet Congresos, Simpòsiums u otros talleres con el contenido motivación, motivacional, desmotivación….y no encontré nada, más allá de todo aquello relacionado con el área laboral, talleres motivacionales por empresas o temática motivacional destinada en las escuelas y los niños. Quizás algo por adolescentes, pero nada por adultos y que no estuviera relacionado con el trabajo. Yo buscaba saber porque estos jóvenes adultos estaban desmotivados y como ayudarlos a engancharse de nuevo a la vida. Ante la pregunta «que cruces que provoca esta desmotivación», la respuesta invariablemente era «no lo sé», «no te gusta el que haces?», «sí, sí, pero no me motiva», aquí había una variante que era «no demasiado, pero tampoco sabría qué hacer». Con las actividades de ocio, pasaba el mismo, decían pasárselo bien, pero añadían algo cómo «sí, me lo pasé bien, pero si no hubiera ido tampoco habría pasado nada» o «sí, normal», «bien, estuvo bien» (con cara de neutralidad). Nunca he sido demasiado de acuerdo con establecer diagnósticos rígidos que encasillen y estigmaticen, como decía una psiquiatra de un centro donde había trabajado, ya hace años: «las personas no son diagnósticos con patas». estoy de acuerdo. Y los manuales también se equivocan. Imaginaos que no hace paso tantos años todas las personas homosexuales, según la psiquiatría y psicología del momento, eran enfermos, sufrían un trastorno. Afortunadamente, esto se rectificó. Pero no es con sólo que contengan errores, que con los años irán resolviendo, con esto ya contamos, es que hay mucha gente sufriendo que queda fuera de todo diagnóstico. Y esto es importante, tener un diagnóstico, no para ponerlos una etiqueta, sino para averiguar las causas, establecer generalidades, pautas, y poner en marcha investigaciones que nos den las pistas de ninguna donde tienen que ir estas terapias. Dicho esto, y olvidándome de los manuales, descarté totalmente el diagnóstico de depresión por estos pacientes y me centré en su desmotivación. Si estas personas estaban desmotivadas es porque no encontraban su motivo? Einstein dijo: «Hay una fuerza motriz más poderosa que el motor, la electricidad y la energía atómica: la voluntad». La voluntad, por lo tanto, es el deseo, la intención; mientras que si buscamos al diccionario la palabra motivación vemos que té, como segunda acepción, cosa que anima a una persona a actuar. Quizás los faltaba el primero, pues. Entendí la voluntad como la fuerza individual que nos hace tender a la acción; y la motivación, como la capacidad de atraer a la acción que tiene algo externa, por un individuo en concreto. Y estos dos conceptos tienen que confluir, se tienen que encontrar, porque sino, nos encontramos ante un problema y de aquí se genera el sufrimiento. Buscar aquello que nos motiva no es un trabajo fácil y para hacerlo tenemos que movernos, indagar, probar, probar, y a la vez, para hacer todo esto, tenemos que tener bastante voluntad para hacerlo. Y lo hacemos, normalmente lo hacemos, porque todos sabemos que cuando encontramos aquello que nos motiva, fluimos haciéndolo y estamos bien. Por lo tanto, lo hacemos porque tenemos una experiencia propia, u observada, de qué esto es así. Ellos no lo hacían, se limitaban a hacer aquello que tocaba, porque lo habían hecho siempre, sin plantearse que las personas cambiamos y que el que me ha apasionado durante años puede dejarme de interesar con el tiempo. Y tampoco lo hacían porque quizás habían aceptado como suyos intereses, estudios o trabajos que no lo eran. Y, finalmente no lo hacían porque se habían confundido pensando que la felicidad es algo estática, gratuita y permanente, cuando no lo es. Se trataba pues de hacerlos ver que había algo a hacer para mejorar su situación, y que de entrada requería la voluntad para cambiar y probar, no sólo cosas, sino actitudes diferentes. Y esto requería esfuerzo. La voluntad, entente como motor, necesita un combustible, y este, es el esfuerzo. No es que fueran personas que no se esforzaran, todo el contrario, todos ellos, como os decía, o bien trabajaban, o bien estudiaban o ambas cosas. Quizás era que este esfuerzo no estaba en la dirección correcto. Nosotros como terapeutas, no somos nadie para decirle a alguien como tiene que vivir su vida, ni siquiera los que trabajamos desde un enfoque más directivo, como es el cognitivo-conductual y, especialmente, desde la RINDE (Rational Emotive Theraphy). Sin embargo, pienso, que sí es nuestra obligación, intentar hacer ver a aquella persona que tenemos delante, que puede hacer algo, y que esto requiere esfuerzo. Esfuerzo, para movernos hacia algún objetivo, y compromiso -que no deja de ser un esfuerzo sostenido- con este objetivo, que nos motive y llene de verdad. Esto es difícil, el éxito no está asegurado, pero quizás sólo el hecho de intentarlo ya es alentador, por qué no probarlo? Todos ellos y ellas fueron modificando pequeñas – y no tan pequeñas – cosas de su vida. Probaron nuevas aficiones, alguno cambió de trabajo, el otro cambió algún de sus hábitos, pero el que más me sorprendió fue en Lluc. Un día entró muy contento al despacho, me explicó sus planes. Yo sólo le pregunté: Cómo te sientes cuando piensas que harás esto?, y me dijo con los ojos encendidos: siento un descanso muy grande, como si me hubiera sacado un peso de sobre, y si, tengo muchas ganas de marchar. Así pues, en Lluc, dejó el trabajo, se vendió el coche, y con una mochila y no demasiada dinero, marchó a recorrer el sudeste asiático, me dijo que quizás buscaría colaborar con alguna ONG, quizás intentaría trabajar o probaría de escribir. No lo sabía, pero marchó feliz. Ya hace dos meses que está, y todavía lo es.