En Terapia individual

Después de una serie de experimentos Meier y Seligman llegaron a la siguiente conclusión: una persona que vive una serie de fracasos que son independientes de su conducta, es decir, una situación incontrolable, interioriza la creencia de que en futuro tampoco habrá relación entre sus conductas y las consecuencias de éstas. A este fenómeno lo llamaron “Indefensión aprendida” y se traduce en la creencia: “Haga lo que haga no servirá de nada”.

En este enlace podemos ver lo rápido que es inducir el estado de indefensión aprendida.

Se trata de un experimento que hizo una profesora con sus alumnos, los dividió en dos grupos de forma aleatoria, a un grupo les dio una serie de ejercicios de muy fácil solución y al otro grupo les dio una serie de ejercicios irresolubles. Todos piensan que están haciendo los mismos ejercicios. Cada vez que la profesora pedía que levantaran la mano aquellos que habían resuelto el ejercicio, se hacía evidente que unos acababan muy rápido mientras los otros no son capaces de hacerlos. El último ejercicio es el mismo para ambos grupos, fácil de resolver. El grupo que había hecho la prueba fácil continúa acabando el ejercicio rápido y levantando la mano, mientras que el grupo que ha sido sometido a los ejercicios irresolubles duda y no encuentra la solución. Cuando la profesora pregunta qué ha pasado en el último ejercicio, surgen una serie de pensamientos negativos hacia sí mismos y hacia su capacidad para resolver los ejercicios. Han perdido la confianza.

Puede que la primera experiencia de indefensión aprendida que podamos vivir la encontremos ya de bebés. Un ejemplo sería cuando se deja llorar a un bebé sin cogerlo para que no se acostumbre a los brazos. Si tenemos en cuenta que los bebes sólo pueden comunicar sus necesidades y ejercer cierto control sobre el entorno a través del llanto, cuando el cuidador no responde a éste, le quitamos el poco control que puede ejercer sobre el ambiente, su biología aprende que no hay relación entre sus conductas y las consecuencias.

Si la sensación de indefensión se extiende a muchas situaciones distintas, puede llegar a convertirse en una actitud vital, una manera de afrontar la vida desde la pasividad. Personas que creen que hagan lo que hagan todo será inútil y que no vale la pena intentar cambiar las cosas.

¿Qué podemos hacer para evitar caer en este estado?

En primer lugar, ser conscientes de que este efecto existe. Saber cómo funciona nuestra mente y qué creencias interfieren en nuestras percepciones, nos hará dudar de nuestros pensamientos negativos y de inutilidad cuando aparezcan. Puede que así decidamos intentarlo una vez más.

Pero sobretodo, podemos procurar tener experiencias de control. Para ello hemos de centrar nuestra atención y nuestros esfuerzos en aquello que podemos controlar y no en aquello que no depende de nosotros. De esta manera enseñamos a nuestra biología que podemos influir en nuestra vida y en lo que nos pasa.