La culpa es una emoción desagradable y difícil de manejar. Suele aparecer cuando nuestra conducta tiene consecuencias negativas para los demás, para nosotros mismos o cuando transgredimos un valor importante para nosotros.
Es una emoción social, lo que significa que se va perfilando a través de las relaciones interpersonales que establecemos a lo largo de la vida. Y su función es hacer consciente a la persona de que ha transgredido una norma moral de la sociedad en la que vive. El sentimiento de malestar que provoca nos empuja a reparar el daño o la falta cometida y a evitar el comportamiento que lo causó en el futuro.
La familia, por su papel socializador durante la infancia, es el principal entorno en el que aprendemos a sentirnos culpables. En cada familia se da importancia a unos valores por encima de otros, y la manera de enseñarlos puede ser más o menos punitiva. Por ello no es extraño que en cada persona las cosas que generan culpa sean distintas (cometer un error, la mentira, la distracción, la falta de atención, posponer un proyecto, la falta de solidaridad,…), así como la tendencia a sentirse más o menos culpable por ellas. A la familia se suman los demás entornos y experiencias (la escuela, el barrio en el que vives, los amigos, las parejas, el trabajo,…).
Pongamos el caso del niño que llega a casa diciendo que le han castigado en el colegio, según el niño sin motivo alguno. Aprenden cosas distintas el niño que recibe de sus padres un “algo habrás hecho” que el que recibe un “Ya estoy harta! Hablaré con la escuela porque siempre castigan a los mismos”, la versión actual de “eso es que el profesor te tiene manía”. En el primer caso “soy culpable porque me han castigado”, en el segundo “no soy yo, es el otro que es injusto”.
En función de nuestra historia particular con la culpa vamos a desarrollar una actitud hacia ella más o menos sana. Hay personas que se sienten culpables por todo, incluso cuando no son capaces de identificar la falta cometida, la creencia que han interiorizado es “si alguien se enfada con ellos es porque algo han hecho mal”. En el otro extremo hay personas que no se responsabilizan de nada, la culpa siempre la tiene otro o alguna circunstancia externa a ellos. Y entre esos extremos encontramos una gran variedad de formas de relacionarnos con la culpa.
Cuando cometemos un error o transgredimos un valor importante para nosotros, podemos analizarlo, determinar nuestro grado de responsabilidad de manera objetiva e intentar enmendarlo. Si ello no es posible, podemos quedarnos enganchados al sentimiento de culpa o bien perdonarnos y aprender de la falta cometida.
“No hay problema tan malo que un poco de culpa no pueda empeorar” Bill Watterson
Laura S.