Últimamente nos han llegado varios pacientes menores de edad con el llamado trastorno obsesivo-compulsivo. A mí personalmente, me impacta la cantidad de sufrimiento que implica. Y además, también me sorprende otro aspecto: cuánto tiempo lo han sufrido en silencio, sin explicarlo ni pedir ayuda, por la vergüenza de estar haciendo y pensando cosas que nadie de su entorno puede entender.
No lo pueden entender porque no conocen el trastorno. Y desgraciadamente todavía hay reticencias en mucha gente a pedir ayuda a un profesional de la psicología o la psiquiatría ante ciertos comportamientos. Porque todavía arrastramos una cultura de nuestros antepasados que no «creen» en los trastornos mentales ni «creen» en la psicología. Entonces cualquier problema de conducta, pensamientos o sentimientos es una cuestión de que la persona que lo padece es «no se qué» o «no se cuantos» y no sabe hacer bien las cosas. Y eso «se arregla» con sermones, castigos y gestos que ayudan poco.
Esto me lleva a la reflexión de cuánto tiempo más necesitamos para normalizar la psicología como recurso ante el sufrimiento psicológico. Al igual que la gente no lo piensa dos veces en pedir ayuda médica ante el sufrimiento del cuerpo. Ojalá avancemos rápido para evitar sufrimientos a mucha gente, sobre todo menores de edad que aún están más indefensos.
Por todo ello, mi propósito con este post es dar a conocer aspectos de este trastorno para que cada lector sea capaz de identificar si tiene que pedir ayuda porque ella misma o alguien de su entorno está sufriendo algo parecido.
Conceptos. Hablemos con propiedad.
Es fácil que la gente que no conoce el trastorno y se encuentra ante estos comportamientos los nombre con términos que no corresponden. Por ejemplo, a mí me vienen a consulta diciendo que tienen «manías» o que a veces «se estresan mucho» al tener ciertos pensamientos y teniendo que hacer ciertas conductas. Claro, nuestra cultura nos dice que nadie pide ayuda profesional para una manía. Una manía se va sola, o se va sermoneando o castigando o amenazando o en el mejor de los casos premiando si no se hace. Pero no es así como se aborda un caso de obsesiones y compulsiones.
Manía
La manía es más bien una costumbre. Puede ser una costumbre rarísima y sin explicación como por ejemplo caminar sin pisar las líneas de las baldosas o puede que tenga cierta explicación como por ejemplo dormirse en la cama siempre girado hacia el mismo lado porque las vistas generan una sensación agradable. Pero la no ejecución de estas conductas en ningún momento generan un malestar significativo. Por lo tanto, no tienen mayor importancia. Obviamente estas conductas no forman parte de un TOC.
Compulsiones
Las compulsiones sí forman parte del círculo del TOC (más adelante explicaré por qué hablo de «círculo»). Tienen una diferencia fundamental con las manías. Las compulsiones, de no hacerlas, generan en la persona altos nivel de ansiedad, inseguridad y angustia. Las compulsiones no son una «costumbre», son una necesidad para evitar el malestar.
Obsesiones
Las obsesiones forman parte de la esfera del pensamiento. Son pensamientos con unas características que es importante conocer. Son involuntarias. La persona no piensa estas cosas porque quiere y por más que quiera estos pensamientos no dejan de venir, no pueden evitarlo. Son IRRACIONALES y además, la persona lo sabe. Lo sabe cuando no las tiene pero cuando le vienen, su mente los traiciona y se creen este pensamiento casi al 100%. Son RECURRENTES, vienen una y otra vez generando cada vez altos niveles de ansiedad.
El círculo del TOC
El TOC es una especie de espiral que se retroalimenta, de ahí la importancia de pedir ayuda cuanto antes. Es un trastorno con mucho mejor pronóstico cuanto menos tiempo se tarda en pedir ayuda. El TOC seguramente comienza con un pensamiento. Un pensamiento involuntario e irracional. La persona lo identifica como verdadero y como algo a lo que debe prestar atención o dar importancia con tal de evitar posibles consecuencias negativas. El miedo a las consecuencias negativas también se identifica como verdadero, como una señal de alarma que nos está avisando de un peligro y por lo tanto, tenemos que hacer algo. En este punto ya hemos encadenado Pensamiento con Ansiedad. La creencia de que un pensamiento o una emoción siempre están justificados lleva a dar una credibilidad que no toca a estos hechos. Entonces el pensamiento se vuelve recurrente, se está convirtiendo entonces en obsesión. Se vuelve recurrente precisamente por el miedo que genera: miedo a sufrir ansiedad y miedo a las consecuencias negativas de no hacerle caso. El miedo siempre está detrás de una obsesión. La persona, ante el sufrimiento que padece, empieza a hacer comportamientos (a veces visibles y a veces son «conductas mentales» como contar, memorizar, recordar, rezar, etc.) con el fin de escapar del sufrimiento. Puede que sea la propia obsesión la que dicta el comportamiento que se debe hacer o puede que no, y la persona decide qué comportamiento tiene que hacer para escapar. La compulsión no hace más que eliminar la ansiedad a muy corto plazo pero refuerza la obsesión y la ansiedad a largo plazo y así, ya se encuentra metida de lleno en el círculo del TOC:
OBSESIÓN — ANSIEDAD – COMPULSIÓN — OBSESIÓN — ANSIEDAD — COMPULSIÓN — OBSESIÓN …
¿Qué hacer?
Las estadísticas dicen que aproximadamente en un 20% de los casos este trastorno puede ir remitiendo de manera espontánea pero yo no recomiendo esperar a que te toque la lotería de formar parte de este pequeño grupo porque mientras esperas estás empeorando el pronóstico en caso de formar parte del grupo mayor, que de hecho, es más probable. Por lo tanto, si crees que sufres algo parecido o alguien de tu entorno, no lo pienses más y pide ayuda. Hay mucha más información que tienes que conocer para poder romper el círculo.
Patricia Vílchez Las Heras
Psicóloga sanitaria infanto-juvenil
Colegiada 21639