En medio de la inédita situación de confinamiento que estamos viviendo desde hace ya tres semanas en nuestro país, no puedo evitar pensar en las personas mayores, por tratarse de uno de los colectivos más vulnerables directamente a la enfermedad, pero también en el ámbito emocional por todo el impacto que produce.
Diariamente vemos en la televisión la dramática cifra: cientos de personas mayores afectadas por COVID-19 en residencias y centros socio sanitarios en diferentes regiones de todo el Estado. Sus trabajadores luchan para seguir en forma, para tratar de seguir proporcionando día a día todo lo que necesitan, centrándose en cubrir sus necesidades básicas, sociales y emocionales. Pero cada vez resulta más difícil debido a la falta de recursos materiales y personales. Y, mientras tanto, las familias sufren por la frustración de no poder hacer nada por ellos. Un sentimiento que ha acompañado a muchas personas a la muerte de su familiar, dificultando aún más el ya duro proceso del duelo.
A mí también me gustaría hablar de las personas mayores que se encuentran en casa. Especialmente aquellas que viven solas y que están, por tanto, totalmente expuestas a los peligros del aislamiento social, una situación que puede dar lugar en algunos casos a la sensación de abandono, indefensión e, incluso, sintomatología depresiva o ansiosa.
No puedo imaginar cómo se deben estar sintiendo todas estas personas mayores, ya estén en casa o en residencias, que han notado la falta de visitas de sus hijos, sus nietos o sobrinos. Algunos de ellos tendrán también sintomatología añadida por la presencia de deterioro cognitivo o demencia, además de otras patologías psiquiátricas como la depresión o la ansiedad. Estas circunstancias estarán dificultando aún más la comprensión de la situación general de alarma y, en consecuencia, tampoco entenderán por qué sus familiares no les están visitando.
Ante esta situación, indiscutiblemente difícil, me emociona ver como los familiares, personas cercanas e, incluso, desconocidos, intentan poner su granito de arena para tratar de ofrecer un pequeño gesto a las personas mayores que permita mejorar de alguna manera su día a día. Detalles como hacer la compra de comida o de otros productos de primera necesidad, enviar una carta, hacer una llamada telefónica para comprobar cómo están, o simplemente para charlar un poco, son factores fuertemente protectores que mejoran el bienestar. Son pequeños actos que todos podemos hacer y estamos haciendo. Me anima ver cómo una situación tan dramática puede sacar tantos gestos positivos de la sociedad.
Hace tres semanas llamé a mi abuela y, entre lágrimas, conseguí decirle que no podría ir a verla como habíamos planeado tiempo antes. Creo que no lo terminó de entender. Ella siempre se lo toma todo bien y, diplomática, me dijo que tenía que hacer lo que me apeteciera hacer. Abuela, espero que lo hayas entendido un poco mejor ahora. Te quiero tanto que no puedo ir a verte. No puedo dejar de imaginar el momento de poder volver a abrazarte. Mientras tanto, seguiré llamándote a menudo para hablar de cómo nos ha ido el día.
Iris Ramon Torres
Neuropsicóloga (colegiada núm. 26206)