En la actualidad, es frecuente encontrar en todas las aulas algún niño o niña diagnosticado con Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH). Cuando pensamos en un caso de TDAH, lo que nos imaginamos es un niño movido, a quien le cuesta estarse quieto o sentado en la silla, con dificultades para aguantarse las ganas de hablar y con tendencia a molestar a los compañeros con su impulsividad.
Aun así, hay casos en los que el déficit atencional se presenta de una manera muy diferente: sin los síntomas típicos de hiperactividad e impulsividad. Hablamos de aquellos casos en los que el síntoma predominante es la falta de atención (conocido hasta ahora como un subtipo inatento del TDAH).
En estos casos, el niño presenta un patrón persistente de inatención que interfiere significativamente en su funcionamiento en el ámbito social, familiar y académico, así como en su desarrollo personal. El DSM-V explica la inatención con los siguientes síntomas:
– Carencia de atención a los detalles, comisión de errores o falta de precisión en tareas escolares o durante otras actividades. Por ejemplo, dejarse un ejercicio a medias, o saltarse una pregunta en un examen.
– Frecuentes dificultades por mantener la atención en tareas o actividades recreativas. Este síntoma suele verse a la hora de atender en clase, pero también se puede observar cuando se tiene una conversación cotidiana o cuando se lee un texto.
– A menudo parece no escuchar cuando se le está hablando directamente. Parece tener la cabeza en otro lugar, pensando en otras cosas, incluso cuando no hay ninguna otra distracción alrededor.
– Suele mostrar dificultades a la hora de seguir las instrucciones y no acaba las tareas escolares o domésticas: las empieza pero se distrae, se evade u olvida lo que estaba haciendo. Por ejemplo, dejar un ejercicio de clase a medias, dejar la mesa a medio poner, etc.
– A menudo le cuesta organizar las tareas y actividades, especialmente cuando se tienen que realizar pequeñas tareas de manera secuencial. Por ejemplo, al preparar la mochila, meter el estuche dentro antes de haber guardado todos los lápices.
– Con frecuencia evita, le disgusta o se muestra poco entusiasmado por iniciar tareas que requieren un esfuerzo mental sostenido, sobre todo a la hora de estudiar o hacer un ejercicio percibido como difícil.
– A menudo pierde objetos como el material escolar, u objetos de la vida diaria, como las gafas o las llaves.
– Frecuentemente se distrae con facilidad por estímulos externos, aunque sean sutiles, como por ejemplo una puerta que se cierra o un objeto que cae al suelo.
El “peligro” de este tipo de déficit es que a menudo pasa desapercibido, y no se identifica hasta la adolescencia o, incluso, hasta la edad adulta (si es que se llega a identificar en algún momento). Esto se explica porque este tipo de perfil “no molesta” en el aula, y se puede percibir simplemente como un niño poco interesado o tímido que no presenta ninguno otra dificultad.
El reto para maestros, pedagogos, padres y psicólogos es saber localizar estos casos donde la carencia de atención puede estar repercutiendo en el rendimiento escolar, en las relaciones sociales o familiares, e intervenir en este punto para facilitar la adaptación al entorno y evitar el sufrimiento del niño.
Iris Ramon Torres
Neuropsicóloga (colegiada n. º 26206)