Es frecuente recibir padres que acuden a consulta por algún motivo relacionado con dificultades de aprendizaje, de conducta o de rendimiento escolar de sus hijos. A menudo vienen derivados de la escuela o de otro centro que les ha alertado de alguna problemática del niño en algún ámbito, ya sea en la lectura, la escritura, el rendimiento general, la atención, el comportamiento, etc.
Las situaciones son múltiples y variadas: padres juntos o separados con menor o mayor concordancia de estilo parental, con más o menos preocupación, sufrimiento o inseguridades; y más o menos conscientes de las circunstancias que rodean a su hijo.
Cuantas más entrevistas con padres y más evaluaciones con niños hago, más consciente soy de lo importante que es la actitud que presenta la familia hacia la problemática del niño, y como esta influye en el desarrollo del pequeño.
El punto común que veo en muchos casos, y donde me gustaría poner el énfasis de este post, es en la poca importancia que se da a los puntos fuertes de los niños. A menudo, los padres se quedan sorprendidos cuando se les pregunta qué cosas buenas tiene el niño, cuáles son los aspectos que más les gustan de él, cuáles son aquellas habilidades que tiene, o qué temas le interesan.
Entiendo el punto de vista que muestran. En primer lugar, los padres consultan con la intención de solucionar aquellas cosas que no van tan bien. Sin embargo, lo que no ven es la importancia de valorar aquellas otras cosas en que, o bien no hay problema, o incluso se desarrollan muy bien. Estos aspectos pueden ser precisamente el punto de partida de la intervención, ya que permiten crear un buen vínculo con el niño, motivarlo, adaptar la intervención a los temas que más le gustan, y aprovechar los aspectos que mejor se le dan para intervenir sobre los más flojos.
Así pues, tanto en las entrevistas como en las intervenciones, yo siempre parto de los puntos fuertes de los niños, e intento que los padres también lo vean. Pero lo que es cierto es que a menudo, cuando señalo algún aspecto positivo, la respuesta suele tener la misma tónica negativa: «sí, sí, pero es que tiene dislexia…», «claro, pero es que es tan movido… «, «esto sí que lo tiene bueno, pero… «.
En la mayoría de los casos, el simple hecho de dedicar un tiempo a comentar en voz alta los aspectos positivos del niño, o de señalar los resultados que han salido más elevados en las evaluaciones ayuda. Nos permite no centrarnos solo en la dificultad, y ponen la primera piedra para conseguir la mejora deseada. No olvidemos que los niños son pequeñas personitas en desarrollo, que también necesitan oír qué cosas están haciendo bien para motivarse a mejorar las que son más difíciles.
Iris Ramon Torres
Neuropsicóloga (colegiada n. º 26206)