A pesar de que cada madre y cada padre tiene su propio estilo educativo la psicología ha clasificado algunos estilos según sus características y sus consecuencias. Aunque sabemos que la familia no es el único agente socializador de los menores sabemos que es uno de los más importantes.
Algunas de las variables más importantes que determinan qué estilo educativo tenemos son las estrategias de comunicación, las de control, la afectividad, la exigencia o la aceptación hacia nuestros hijos/as.
Una de las clasificaciones más ampliamente aceptadas es la que diferencia entre estilo autoritario, permisivo, indiferente y democrático. Las variables más importantes para esta clasificación son el grado de control y la afectividad.
Estilo autoritario
El estilo autoritario se caracteriza por priorizar la obediencia, la sumisión, el orden y la tradición. Las estrategias son impositivas y estrictas, no se dialoga con el menor y se le llega a disciplinar con falta de afecto. Se le juzga muy a menudo si está por debajo de las expectativas de los padres (que suelen ser más altas que su nivel de desarrollo) y hay poco refuerzo puesto que los éxitos se consideren como obligaciones y, por lo tanto, sin mérito ni valor. No conocen los intereses o necesidades reales del menor puesto que sin escucharlo ya creen saber cuáles son. Se le da poca autonomía al menor para tomar decisiones y para solucionar problemas y conflictos. Las consecuencias resultan poco desarrollo de la autonomía y la responsabilidad, baja creatividad, baja autoestima, estado anímico más bajo, escasas habilidades comunicativas y poca interiorización de valores morales como el respeto, lo escucha activa, la tolerancia o la empatía.
Estilo permisivo
El estilo permisivo se caracteriza para dar más autonomía al menor, pero sin límites y normas suficientes. No se hace uso de la autoridad ni del castigo y la exigencia está por debajo del nivel de madurez del menor. Por otro lado, se da mucho afecto y aprecio. También son padres muy comunicativos pero que se dejan manipular y ceden a demasiadas cosas para evitar al menor un conflicto, un problema o una frustración. El menor suele salir ganando. Es un estilo que da lugar a menores alegres y vitales, pero con conductas egoístas e incluso antisociales. Desarrollan poca responsabilidad y poca capacidad de esfuerzo y acontecen más dependientes e inseguros. También tienen menos autocontrol y capacidad de autorregular las propias emociones y conductas.
Estilo indiferente
El estilo indiferente es como el permisivo, pero además sin mucho afecto ni comunicación. Son indiferentes hacia el hijo/a. No están disponibles porque priorizan otros aspectos de su vida. Las consecuencias son baja autoestima y autoconfianza, son influenciables y dependientes de lo aprobación de sus iguales, es más probable el fracaso escolar y el consumo de drogas o alcohol y tienen poca capacidad de responsabilizarse y de esforzarse.
Estilo democrático
Como ya sospecharás, el estilo democrático es el más sano. Da lugar a menores más autónomos y responsables, con más valores morales, más independientes, con más habilidades comunicativas y con más estrategias para solucionar conflictos y problemas, aceptan mejor las frustraciones del día a día y tienen mejor autoestima y más bienestar psicológico.
¿Cómo tener un estilo democrático?
- Poniendo límites y normas en cantidad que se ajuste al nivel de madurez del menor (suficientes, pero no excesivas) y de obligado cumplimiento. Reforzando el cumplimiento y sancionando el no cumplimiento. Esto implica supervisión parental de las conductas. Todo ello de manera consistente (no un día sí y otro no).
- Dando espacio para el diálogo, la comunicación, la negociación y el razonamiento de las decisiones.
- Poner límites y normas y las sanciones correspondientes no es incompatible con el afecto. Es importante que nuestro hijo/a sienta que es querido y aceptado incondicionalmente todo y sus errores. Al fin y al cabo, todos nos equivocamos y tenemos derecho a ser perdonados y aceptados (además de sancionados, claro).
- Escucha activa y empatía. Si queremos que nuestros hijos/as nos escuchen tenemos que aprender a escucharlos a ellos a pesar de que parezca, a priori, que lo que dicen no tiene importancia o no es razonable. Merece la pena escuchar y después dar nuestra opinión respetuosamente.
- Dando ejemplo de los valores que queremos transmitir. Es importante que se sienta escuchado, comprendido y respetado, puesto que así interiorizará más fácilmente estos valores.
Patricia Vilchez, psicóloga sanitaria infanto-juvenil (colegiada 21639).