En Terapia de pareja, Terapia individual

 

Releyendo un libro de George Steine, me he encontrado con la siguiente afirmación: «hablamos en exceso, con demasiada ligereza, volvemos público lo que es privado».

Me ha hecho pensar.

Y todo pensando  y relacionandolo con las sesiones terapéuticas he recordado dos fuentes de sufrimiento presentes en muchas personas:

1. Aquellos pacientes que dicen sentirse mal porque ante una reunión social se dan cuenta con posterioridad que quizás han dicho cosas que realmente no querían decir. Es decir, han explicado algo personal o de otra persona que a posteriori han reflexionado que no querían o no hacía falta o no tenían que decir. Cuando les preguntas el porque lo han hecho, la respuesta suele ser similar: sentía que tenía que decir algo, no quería parecer extraños, para caer bien, por la presión de aportar algo de interés, etc.

2. Aquellos pacientes que en general se angustian ante los silencios cuando están en compañía de otras personas. Tanto les puede pasar con un amigo, como dentro del ascensor con un desconocido.

Yo creo que pueden ser dos ejemplos de porque hablamos en exceso, a pesar de que no los únicos motivos son estos, evidentemente.

Quizás también podríamos incluir los que son  muy comunicativos, los que quieren demostrar algo, los que sienten que es una norma social, los que están nerviosos o angustiados, los que quieren la aprobación de los otros….

Dice Henri Lefèbvre que » el decir del silencio tiene un decir diferente del decir ordinario», pero en cualquier caso el silencio habla. Además de esto, el silencio es necesario, tanto en las construcciones del lenguaje como en la estructura musical.

Evidentemente que un silencio puede ser tenso, desagradable, irónico, incómodo,… Pero yo creo que lo tenemos que dignificar. Quizás hemos exagerado sintiéndonos obligados a hablar (de cualquier cosa) en toda situación social, o cuando estamos en compañía de algún otro. Parece pues que el silencio queda relegado a los momentos de soledad o cuando hacemos alguna actividad con otras personas pero incompatible con el habla (deporte, cine, t.v,…).

Yo reivindico el silencio elegido, no estamos obligados a hablar, no estamos obligados siempre a decir, nadie nos puede exigir esto, por lo tanto, dejamos de exigirnoslo a nosotros mismos. Podemos conseguir unas relaciones sociales más relajadas, honestas y sobre todo más conscientes pues el silencio ayuda a la concentración a la escucha activa y a la reflexión. Hay un grupo de sufis que siguen la máxima de si no tengo nada que realmente pueda ayudar al otro, es mejor mantenerse en silencio. Quizás alguien pensará que es un poco extremo, pero no estaría mal probarlo durante unos días. Pensemos, porque no es necesario hacer público todo el privado, porque es bueno darse tiempo para decidir si un quiero o no quiero dar determinada información, y sobre todo si tiene sentido, para mí o para los otros, darla.

 

Marta Santaeulària.

col núm 8.318